
Por Romeo Carrera
Gracias a la relación con Hugo Peralta, amigo en común, pudimos conocernos Rafael Prieto y yo. Antes habíamos tenido un breve contacto telefónico cuando pidió mis impresiones como ex editor de “La Voz de Las Carolinas”, sobre el bullado caso de Seyer Comunications Inc.
Nos reunimos en una cafetería para hablar sobre la posibilidad de un negocio de noticias que nunca prosperó. De los tres protagonistas, el más práctico, menos soñador y con algo de capital era mi compatriota Hugo. Rafael y yo hacíamos gala de nuestro entusiasmo y derroche de deudas pendientes.
En el desarrollo de la conversación, dije algo que sin proponérmelo rompería las barreras naturales y lógicas existentes entre dos personas que se estaban conociendo y que apenas compartían gustos, idioma y cultura afines. “Quiero trabajar en lo que me gusta, en lo que me siento realizado. No quiero seguir barriendo la Idelwild”, fue la expresión salida del alma. Por entonces no estaba escribiendo para medio alguno después del lamentable cierre de “El Sol”.
Sin saberlo esa era la misma filosofía de Rafael. Eso nos identificó plenamente. Horas después la reunión terminó con el último sorbo frío del café colombiano. Cada uno tomó su camino, no volvimos a vernos; pero quedó la semilla de una sólida amistad. Me identifiqué plenamente con el periodista que ama lo que hace y que pretende cambiar el mundo con su pluma como yo, sin llegar a los extremos quijotescos como yo.
Tiempo después me invitó a formar parte del periódico. Me sorprendió realmente su llamada, pues habiendo corrido tanta agua bajo el puente en mi carrera periodística, yo estaba consciente de no ser el gato preferido de los “publishers” del estado.
Tres o cuatro semanas después de su invitación se concretó mi reentre activo al periodismo. Así que a su olfato y habilidad se debe el acierto o el error, juzgue usted el lector, de compartir las páginas de opinión con el jefe. En cuanto a mí me siento cómodo trabajando con él.
Sí, porque Rafael Prieto ha desarrollado la habilidad poco usual de ser crítico sin perder el norte. Defiende con pasión su punto de vista, es justo en el análisis, salvajemente objetivo y objetivamente salvaje para poner los puntos sobre las íes.
¿Es apasionado? Por supuesto, pero no pierde la objetividad. De allí que su agenda personal es la lucha por la regularización de los indocumentados, y esa misma agenda la encarnó en “Mi Gente”, el único periódico hispano a nivel nacional que tuvo los pantalones, con el perdón de Delia, de respaldar permanentemente la reforma migratoria en su portada.
Ha sido el más fervoroso crítico del programa 287g por las falencias en su aplicación, por las injusticias cometidas que terminaron en deportaciones masivas por una simple infracción de tránsito, que bajo otras circunstancias no merecían más que una multa.
Rafael Prieto jamás usó su “Bitácora” para defender lo indefendible. No tuvo freno para cuestionar a los inmigrantes indeseables, irresponsables y antisociales que pretenden vivir como las bestias y convertir la ciudad en jungla.
Jamás atacó a nadie en lo personal, porque las diferencias con el ex sheriff no cayeron en el terreno de la diatriba ni de la ofensa. Cuestionó sí la pésima implementación de una legislación dedicada a una minoría vulnerable.
Esa ha sido precisamente otra de sus luchas. Que los indocumentados no sean desprotegidos de la ley, abandonados a su propia suerte, víctimas de discriminación, víctimas de asaltantes y ladronzuelos; imposibilitados de presentar una denuncia policial frente al temor potencial de ser cuestionados por el estatus migratorio.
No es posible, escribía Rafael, que a quienes ayudaron a construir la ciudad de los noventa, ahora se los eche sin miramientos ni consideración alguna. Es inaudito que por leyes desfasadas en la historia, se divida familias y se genere una nueva clase social llamada “los huérfanos de inmigración”, sostuvo con arrojo.
Este es Rafael mi amigo, mi jefe, mi compañero de aventuras periodísticas; nacionalmente reconocido como columnista de fuste marcando un cambio en la historia del periodismo hispano en el estado.
Antes yo presumía ser el columnista más valiente y polémico del estado. Debo admitir que la escala cambió debiendo conformarme con una modesta segunda posición, así sin falsa modestia, pero orgulloso de tener la orientación profesional del hijo putativo de Gabriel García Márquez.
Por eso lo aplauden, por eso es sujeto de críticas y de ataques arteros. Qué lejos están de saber quienes pretenden estigmatizarlo con el INRI de “defensor de ilegales”, que ese es el más grande honor que se le puede dar a un escritor como Rafael Prieto, porque Rafael no promueve la ilegalidad, defiende principios de justicia y equidad.
Tiene además un valor poco común: No pierde su humildad innata. Para él no existe diferencia entre quienes entraron por Miami con la codiciada visa, y quienes lo hicieron brincando el muro si a fin de cuentas igual se quedaron al margen de la ley. Por eso critica a los que presumen superioridad intelectual y complejos de grandeza, simplemente porque vinieron de Sudamérica.
¿Fue influyente en el 2007? Naturalmente que lo fue, tanto así que el conservador Observer lo reconoció en la serie de los siete que concluyó el pasado 31 de diciembre, para beneplácito de sus amigos y para amargura de sus detractores.
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