Wednesday, January 9, 2008

UNA VISION DIFERENTE: Una carcajada inolvidable


Por Héctor Manuel Castro

A dos metros de mí se encuentra el mar. La arena caliente reposa bajo mi cansado y flaco cuerpo. Llevo viviendo en Miami aproximadamente cuatro meses, y ésta es la segunda vez que vengo a la playa. El día conspira a mi favor para que obtenga un color diferente al pálido bronceado que me acompaña. Una inmensa sensación de paz, se mezcla con los monumentales cuerpos de las féminas que descansan a mi lado. Pienso por un momento que me gustaría que el cielo estuviera lleno de hermosos ángeles en bikini, y río al pensar que si muero ahora, muy probablemente no iría al cielo. Luego trato de imaginar cómo se vestirían las malas mujeres en el infierno, y en lo divertido que sería una rumbita por allá. Inmediatamente me doy cuenta que tengo hambre, ya que cuando estoy hambriento, mi mente desvaría al punto máximo de la estupidez.
Abro mi maletín y saco un paquete de papitas fritas y una coca cola casi tibia, y las consumo con una felicidad inigualable. Pienso que si la compañía de papitas me estuviera viendo, no dudarían en contratarme para un comercial de televisión, ya que me encuentro extasiado con el grasoso producto. La incontenible carcajada de un hombre que se encuentra cerca del lugar donde estoy, logra sacarme del estado de tranquilidad en que me hallo, y sin evitarlo comienzo a sonreír, ya que la risa del sujeto es totalmente cómica y espontánea. Ignoro el motivo de su alegría, pero aseguro que aquel hombre se encuentra en un estado de placer fenomenal, ya que lleva carcajeándose por dos minutos ininterrumpidos. Todos los que estamos cerca, reímos contagiados por el buen humor del desconocido.
Decido entonces sentarme y echar un vistazo, y vaya sorpresa cuando me doy cuenta que aquel hombre radiante, de carcajadas sinceras, no tiene piernas.
Mi semblante cambia al observar además que el risueño sujeto es un hombre más joven que yo, y además luce completamente feliz.
Los últimos meses de mi vida han estado marcados por el estrés y la incertidumbre, y no me siento feliz. Mi visión es 20/20, mis extremidades trabajan al cien por ciento, puedo gritar si me da la gana, puedo correr, saltar, cantar, comer lo que quiera sin miedo a pasarme de peso, y aún así, a veces no soy feliz.
Y volviendo a mirar al hombre, pido perdón al cielo por mi falta de humildad y por ser tan desagradecido con la vida.
El 2007 se termina, y no quiero continuar siendo un infeliz el año que viene.
Quizás este artículo resulte para el lector un poco personalizado, pero es que he pretendido plasmar los sentimientos encontrados con los que vivo cada día.
Me preocupa la situación de los latinos en este país, especialmente de aquellos que por no tener un papel acreditando su legalidad son víctimas de abusos y persecuciones. Me preocupa además la suerte de nuestros países hispanos, que tienen que soportar a las buenas o a las malas, los caprichos e ideas revolucionarias de los líderes que los gobiernan. Me preocupa la suerte de los secuestrados en Colombia, que tienen que seguir muriendo en las montañas a merced de los monstruos que desangran la fe y la esperanza de millones de familias. Me preocupa el recalentamiento global, y la idea de que el futuro del planeta es el presente que vivimos. Me preocupa mi futuro profesional, y otras tantas cosas que me convierten en un ser lleno de temores, estrés y mal humor.
Al comenzar esta columna, me encontraba en una playa pensando sobre mis resoluciones para el 2008, (ir al gimnasio, terminar mi libro, conseguir un mejor trabajo, bla bla bla); pero ahora he vuelto a recordar a aquel joven que sin piernas reía como yo nunca lo hago, y que me ha hecho reconsiderar la forma en que estoy llevando mi vida. ¿De qué me sirve preocuparme tanto?
Por ahora pido a Dios para que la imagen risueña de aquel hombre permanezca por siempre en mi mente, y me ayude a ser una mejor persona en el 2008.
Con el corazón en la mano, les deseo un feliz año.

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